viernes, 20 de marzo de 2015

El Bardo: Las ciudades de Guillermo

Lo esencial es invisible a los ojos pero su vibración modela lo externo, lo superficial, creando toda la estética de lo percibido. La esencia divina, el verbo original es la voz de la naturaleza, es lo que se esconde detrás de cada corteza de árbol, de cada pétalo y la inspiración de su olor, cada rayo de sol al atardecer tiene su palabra original. La naturaleza es el ángel de lo sagrado, es su reflejo, de la misma manera las ciudades al ser creación del hombre son su reflejo, reflejo del verbo humano, quizás su voz original.

El tiempo anónimo lame las paredes de la ciudad, nos acaricia con sus lenguas infinitas haciéndonos difusos, de existencia débil, convirtiéndonos en nuestra sombra y en otro muro más en este laberinto de ciudad. Día a día trabajamos en ir tallando su existencia en nuestra memoria, esculpiendo su apariencia, para que no desaparezca, hoy los muros de las calles se me antojan un laberinto a punto de existir.

Así son las ciudades de Guillermo un lugar espiritual donde solo existe el ser que deviene en arcilla, fantasma de lo que fuimos y seremos, el barrio donde vivimos es nuestra proyección colectiva de nuestro imaginario. Recorro las avenidas, las calles, los callejones, los pasillos, y el barrio con salvaje entusiasmo sabiéndome un Minotauro en su laberinto causal, comprendo que mi esencialidad esta debatiéndose permanentemente con las reglas y objetivos reguladores de mi humanidad, el cemento de las paredes, el asfalto del suelo, las señalizaciones son el arnés de mi forma social.

¿Quién será el héroe que mate al hombre, que mate al Minotauro de nuestra existencia material para irse al nuevo mundo donde nuestra animalidad no nos ate en un triste laberinto de cemento y cal? Nuestro verbo es corrompido por las yerbas salvajes que crecen en las grietas de la acera, el canto del ave urbana evoca la batalla verbal entre la voz humana de corneta con calor de motor y la lágrima natural de un trino sagrado.

Todos nos inscribimos en libro de la historia del olvido de la ciudad, con angustia los jóvenes se apuran a grabar sus nombres en las paredes, temen al seguro olvido, a la lamida del tiempo sobre nosotros, sobre las paredes. El tiempo es Teseo que busca aniquilarnos para al fin ser libre de nuestros paradigmas, de nuestras angustias por nuestra mortalidad o inmortalidad, por lo eterno de nuestra condena de ser lo que contiene nuestro verbo esencial, porque una vez aquí debemos existir y ser. Ese ser es como un trozo de arcilla en las manos de Guillermo, mientras más es modelado en su roce contra la racionalidad/cotidianidad mas anónimo se hace, mas texturas de identidad pierde.

Los anuncios en la ciudad se van desgastando con los días, no importa que sean de un político, de un técnico repara lavadora, colocación de un “draiwual”, de gane dinero sin trabajar, de un desaparecido, pronto el tiempo lavara su información y será simplemente un rasgado, un trozo de resistencia a la sin memoria, un rastro del desaparecido Minotauro.


Guillermo buscaba la ciudad perdida, pero ¿de dónde veníamos y hacia donde nos dirigimos?, ¿ puedo perderme sin saber mi objetivo?, de cualquier manera ya no importa estamos perdidos, amasa tu ser y dale forma, constrúyete de nuevo y crea de nuevo a la ciudad en la mañana, amasa la dirección de destino hasta que llegues a la ciudad original, a la que pertenecemos sin conocer, a la que nos conoce sin vernos. Vamos del verbo de la ciudad humana a la ciudad del verbo divino. Ahí nos veremos al fin del camino del ser, solo debemos seguir el hilo del alma, el hilo de oro de Ariadna.

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