Lo esencial es
invisible a los ojos pero su vibración modela lo externo, lo superficial,
creando toda la estética de lo percibido. La esencia divina, el verbo original
es la voz de la naturaleza, es lo que se esconde detrás de cada corteza de
árbol, de cada pétalo y la inspiración de su olor, cada rayo de sol al
atardecer tiene su palabra original. La naturaleza es el ángel de lo sagrado,
es su reflejo, de la misma manera las ciudades al ser creación del hombre son su
reflejo, reflejo del verbo humano, quizás su voz original.
El tiempo
anónimo lame las paredes de la ciudad, nos acaricia con sus lenguas infinitas
haciéndonos difusos, de existencia débil, convirtiéndonos en nuestra sombra y
en otro muro más en este laberinto de ciudad. Día a día trabajamos en ir
tallando su existencia en nuestra memoria, esculpiendo su apariencia, para que
no desaparezca, hoy los muros de las calles se me antojan un laberinto a punto
de existir.
Así son las
ciudades de Guillermo un lugar espiritual donde solo existe el ser que deviene
en arcilla, fantasma de lo que fuimos y seremos, el barrio donde vivimos es
nuestra proyección colectiva de nuestro imaginario. Recorro las avenidas, las
calles, los callejones, los pasillos, y el barrio con salvaje entusiasmo
sabiéndome un Minotauro en su
laberinto causal, comprendo que mi esencialidad esta debatiéndose
permanentemente con las reglas y objetivos reguladores de mi humanidad, el
cemento de las paredes, el asfalto del suelo, las señalizaciones son el arnés
de mi forma social.
¿Quién será el
héroe que mate al hombre, que mate al Minotauro
de nuestra existencia material para irse al nuevo mundo donde nuestra
animalidad no nos ate en un triste laberinto de cemento y cal? Nuestro verbo es
corrompido por las yerbas salvajes que crecen en las grietas de la acera, el
canto del ave urbana evoca la batalla verbal entre la voz humana de corneta con
calor de motor y la lágrima natural de un trino sagrado.
Todos nos
inscribimos en libro de la historia del olvido de la ciudad, con angustia los
jóvenes se apuran a grabar sus nombres en las paredes, temen al seguro olvido,
a la lamida del tiempo sobre nosotros, sobre las paredes. El tiempo es Teseo que busca aniquilarnos para al fin
ser libre de nuestros paradigmas, de nuestras angustias por nuestra mortalidad
o inmortalidad, por lo eterno de nuestra condena de ser lo que contiene nuestro
verbo esencial, porque una vez aquí debemos existir y ser. Ese ser es como un
trozo de arcilla en las manos de Guillermo, mientras más es modelado en su roce
contra la racionalidad/cotidianidad mas anónimo se hace, mas texturas de
identidad pierde.
Los anuncios
en la ciudad se van desgastando con los días, no importa que sean de un
político, de un técnico repara lavadora, colocación de un “draiwual”, de gane
dinero sin trabajar, de un desaparecido, pronto el tiempo lavara su información
y será simplemente un rasgado, un trozo de resistencia a la sin memoria, un
rastro del desaparecido Minotauro.
Guillermo
buscaba la ciudad perdida, pero ¿de dónde veníamos y hacia donde nos
dirigimos?, ¿ puedo perderme sin saber mi objetivo?, de cualquier manera ya no
importa estamos perdidos, amasa tu ser y dale forma, constrúyete de nuevo y
crea de nuevo a la ciudad en la mañana, amasa la dirección de destino hasta que
llegues a la ciudad original, a la que pertenecemos sin conocer, a la que nos
conoce sin vernos. Vamos del verbo de la ciudad humana a la ciudad del verbo
divino. Ahí nos veremos al fin del camino del ser, solo debemos seguir el hilo
del alma, el hilo de oro de Ariadna.